Sol y Luna

viernes, junio 17, 2005

Cuento - Un caballo en el pozo

Un campesino, que luchaba con muchas dificultades, poseía algunos caballos para que lo ayudasen en los trabajos de su pequeña hacienda. Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de los caballos había caído en un viejo pozo abandonado. El pozo era muy profundo y sería extremadamente difícil sacar el caballo de allí. El campesino fue rápidamente hasta el lugar del accidente, y revisó la situación, asegurándose de que el animal no se había lastimado. Pero, por la dificultad y el alto precio para sacarlo del fondo del pozo, creyó que no valía la pena invertir en la operación de rescate. Tomó, entonces, la difícil decisión, determinó que el capataz sacrificase al animal tirando tierra en el pozo hasta enterrarlo, allí mismo. Y así se hizo. Los empleados, comandados por el capataz, comenzaron a lanzar tierra adentro del pozo de forma de cubrir al caballo. Pero, a medida que la tierra caía en el animal, éste la sacudía y se iba acumulando en el fondo, posibilitando al caballo para ir subiendo. Los hombres se dieron cuenta que el caballo no se dejaba enterrar, sino al contrario, estaba subiendo hasta que finalmente, consiguió salir.Si estas allá abajo, sintiéndote poco valorado, y los otros lanzan sobre ti la tierra de la incomprensión, la falta de oportunidad y de apoyo, recuerda el caballo de esta historia.

viernes, junio 10, 2005

Cuento - El anillo

Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerza para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo: -Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después..., - y haciendo una pausa agregó- si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar. -
Encantado, maestro - titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-.
-Bien -asintió el maestro, que se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y se lo dio al muchacho-, toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete antes y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas. El joven tomó el anillo y partió.
Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cachorro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
-Maestro -dijo-, lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-, debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya , no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-¿58 monedas?! -exclamó el joven-.
-Sí -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

miércoles, junio 01, 2005

Cuento - El viejo Samurai

Había una vez en el antiguo Japón, un viejo samurai , ya retirado que se dedicaba a enseñar el arte de la meditación a sus jóvenes alumnos. A pesar de su avanzada edad, corría la leyenda que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.


Cierto día apareció por allí un guerrero con fama de ser el mejor en su género. Era conocido por su total falta de escrúpulos y por ser un especialista en la técnica de la provocación. Este guerrero esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y después con una inteligencia privilegiada para captar los errores del contrario atacaba con una velocidad fulminante. Nunca había perdido un combate.


Sabiendo de la fama del viejo samurai, estaba allí para derrotarlo y así aumentar su fama de invencible. El viejo aceptó el reto y se vieron en la plaza pública con todos los alumnos y gentes del lugar. El joven empezó a insultar al viejo maestro. Le escupió, tiró piedras en su dirección, le ofendió con todo tipo de desprecios a él, sus familiares y antepasados. Durante varias horas hizo todo para provocarlo, pero el viejo maestro permaneció impasible. Al final de la tarde, exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró.


Los discípulos corrieron hacia su maestro y le preguntaron cómo había soportado tanta indignidad de manera cobarde sin sacar su espada, asumiendo el riesgo de ser vencido.


-Si alguien te hace un regalo y tu no lo aceptas, ¿a quién pertenece ese regalo? -preguntó el samurai.


-A quién intentó entregarlo -respondió un discípulo.


-Pues lo mismo vale para la rabia, la ira, los insultos y la envidia -dijo el maestro-, cuando no son aceptados continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.

Cuento - ¿Buena o Mala Suerte?

Había una vez un hombre que vivía con su hijo en una casita del campo. Se dedicaba a trabajar la tierra y tenía un caballo para la labranza y para cargar los productos de la cosecha, era su bien más preciado. Un día el caballo se escapó saltando por encima de las bardas que hacían de cuadra. El vecino que se percató de este hecho corrió a la puerta de nuestro hombre diciéndole:
-Tu caballo se escapó, ¿que harás ahora para trabajar el campo sin él? Se te avecina un invierno muy duro, ¡qué mala suerte has tenido!
El hombre lo miró y le dijo:
-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.
Pasó algún tiempo y el caballo volvió a su redil con diez caballos salvajes con los que se había unido. El vecino al observar esto, otra vez llamó al hombre y le dijo:
-No solo recuperaste tu caballo, sino que ahora tienes diez caballos más, podrás vender y criar. ¡Qué buena suerte has tenido!
El hombre lo miró y le dijo:
-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.
Más adelante el hijo de nuestro hombre montaba uno de los caballos salvajes para domarlo y calló al suelo partiéndose una pierna. Otra vez el vecino fue a decirle:
-¡Qué mala suerte has tenido! Tu hijo se accidentó y no podrá ayudarte, tu eres ya viejo y sin su ayuda tendrás muchos problemas para realizar todos los trabajos.
El hombre, otra vez lo miró y dijo:
-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.
Pasó el tiempo y en ese país estalló la guerra con el país vecino de manera que el ejército iba por los campos reclutando a los jóvenes para llevarlos al campo de batalla. Al hijo del vecino se lo llevaron por estar sano y al de nuestro hombre se le declaró no apto por estar imposibilitado. Nuevamente el vecino corrió diciendo:
-Se llevaron a mi hijo por estar sano y al tuyo lo rechazaron por su pierna rota. ¡Qué buena suerte has tenido!
Otra vez el hombre lo miró diciendo:
-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.

Cuento -La Enseñanza del Sabio de la Túnica Color Ciruela

Bajo las ramas de un árbol, al borde del camino, Chao Mu meditaba. Un joven se llegó a él, trastornado.

-"¡Es horrible! Vuelvo de la ciudad imperial, Lo-Yang, y sólo he visto por
todas partes robos, niños apaleados, hambre y guerra. En el palacio, en torno al emperador, la gente se deja llevar por los más bajos instintos. En la ciudad, las calles están sembradas de inmundicias y apes­tan. ¿Qué se puede hacer? ¿Qué debo hacer?"

-"Ven a sentarte aquí un momento, junto a mí" -dijo el sabio.

Se quedaron allí mucho rato, silenciosos. Lue­go, el sabio se levantó y llevó consigo a su compañero hasta el camino.

Mientras andaban en silencio, se dieron cuenta de la belleza de las flores, de la fortaleza de las árboles. Llegaron a un pueblo al mediodía, donde las gentes descansaban y todo irradiaba paz. Al recorrer el pueblo, el estudiante murmuró:

-"Sin embargo, esta mañana la gente se pe­leaba y gritaba..."

Más allá se veía un campo donde los soldados descansaban, y el estudiante observó:

-"Hace unas horas guerreaban y ahora están tan tranquilos..."

De madrugada, el sabio y el joven llegaron a Lo-Yang. Las calles estaban limpias, la gente iba tranquilamente a sus asuntos y el aire fresco halagaba el olfato. Pasearon un rato por el pala­cio imperial, y luego se sentaron en el patio. El emperador se acercó a ellos sonriendo y dijo:

-"Hoy es un día de paz y de amor."

En el camino de regreso, el estudiante mani­festó su sorpresa:

-"¿De dónde procede este cambio, si ayer mis ojos no encontraban por todas partes más que muerte y negatividad?"

-"Oh, es muy sencillo" -dijo el sabio- "LO QUE TÚ ERES SE REFLEJA A TU ALREDEDOR. Y DONDEQUIERA QUE ESTÉS VES TU PROPIA REALIDAD."